Hasta hace poco más de un año muchas víctimas de violencia de género se veían incapaces de abandonar sus hogares por miedo a dejar a sus animales en manos del agresor, pero este plan de protección los incluye.
La familia de acogida pase a ‘Buddy’ y a su otra perra, ‘Zeta’.SANTI BURGOS
Aida y Yolanda tenían ya una perra, Zeta, querían sumar otro animal a la familia pero tenían dudas “hay demasiados refugios y perros necesitados, ¿cómo elegir?” se preguntaba Yolanda. Aida es psicóloga, lleva varios años trabajando en programas contra la violencia de género y la violencia sexual y conoció el proyecto de VioPet a través de compañeras. “No dudé. Aquí podía ayudar a una mujer a rehacer su vida. No me importó que la casa fuera pequeña o si nos teníamos que apretar un poco más”. Rellenaron la solicitud para ofrecerse como hogar de acogida y se olvidaron del tema hasta que recibieron la llamada.
Buddy es una pitbull terrier de siete años. Cuando les dijeron que se trataba de un PPP (Perro Potencialmente Peligroso) la palabra les asustó “siempre intentas desmontarte los prejuicios pero teníamos miedo y más con Zeta en casa, no queríamos problemas”. Pidieron que las perras se conocieran antes y con calma para ver cómo interactuaban entre ellas. Buddy pasó de ser una perra potencialmente peligrosa a “perra potencialmente preciosa” añaden entre risas. Y es que Buddy a pesar de su aspecto rudo, fuerte y temeroso es una perra buena y cariñosa. Zeta y Buddy están ya hermanadas.
Cuando llegó a casa de Yolanda y Aida, Buddy tenía algo de sobrepeso así que le cambiaron el pienso por un mejor, el arnés por uno más resistente y compraron una correa que no quemara las manos. También le hicieron un chequeo médico donde le detectaron un quiste en una mama. La perra tampoco estaba esterilizada y convenía operarla. “Se lo comunicamos a VioPet, ellos se lo dijeron, a su vez, a la dueña y ella costeó la operación”. Durante aquellos días la comunicación con la dueña fue diaria y constante pero siempre a través del programa. Por protección, las familias de acogida no conocen la identidad de la dueña de la mascota y tampoco tienen contacto directo con ella.
El tiempo de acogida ronda los tres-cuatro meses aunque Buddy ya lleva algo más en la familia de Yolanda y Aida. No saben cuándo les llamarán para llevársela y, aunque la mayoría de amigos y familiares les recuerda la pena que les dará cuando se la lleven, “nosotras durante este tiempo estamos disfrutado mucho de ella a la vez que ayudamos a una mujer a salir de una situación de violencia. Estaremos tristes, sí, pero creemos que merece la pena”.
Artículo original en: El País.